66.
Damos frecuentemente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si llamamos a la muerte un sueño es porque parece un sueño por fuera; si llamamos a la muerte una nueva vida es porque parece una cosa diferente de la vida. Con pequeños malentendidos acerca de la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de migajas en las que saboreamos tortas, como niños pobres que juegan a ser felices.
Pero así es toda la vida; así, por lo menos, es aquel sistema de vida particular al que en general se llama civilización. La civilización consiste en dar a algo un nombre que no le compete, y después soñar sobre el resultado. Y realmente el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se convierte realmente en otro, porque lo convertimos en otro. Manufacturamos realidades. La materia prima sigue siendo la misma, pero la forma que el arte le dio le impide efectivamente seguir siendo la misma. Una mesa de pino es pino pero también es mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual sino con la presuposición de otro sentimiento. Y esa presuposición ya es, de hecho, otro sentimiento. No sé que efecto sutil de luz, o ruido vago, o memoria de perfume o música, tañida por no se qué influencia externa me impuso de repente, en plena calle, estas divagaciones que registro sin apuro, al sentarme en un café, distraídamente.
No sé adonde iba yo a conducir los pensamientos o adonde preferiría conducirlos. Hay en el día una neblina húmeda y cálida, triste y sin asechanzas, monótona sin razón. Me duele algún sentimiento que desconozco; me falta algún tema pero no sé cuál; no tengo ganas en los nervios. Estoy triste debajo de la conciencia. Y escribo estas líneas realmente mal anotadas, no para decir esto, ni para decir cualquier otra cosa, sino para ocupar en algo mi desatención. Voy trazando lentamente, línea tras línea, trazos blandos con el lápiz romo- al que no tengo aliento para sacar punta-, sobre el papel blanco, para envolver sándwiches, que me dieron en el café, porque no necesitaba uno mejor y cualquiera podía servir, desde que fuese blanco. Y me doy por satisfecho. Me reclino en la silla. La tarde cae monótona y sin lluvia, en un tono de luz desalentado e incierto...Y dejo de escribir porque dejo de escribir."
Libro del desasosiego - Bernardo Soares-
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6 comentarios:
Se hace difícil comentar el desasosiego de un maestro. Se hace difícil no quedar deslumbrado por la percepción del luso poliédrico. La mesa es pino y es mesa, pero no nos sentamos al pino, sino a la mesa.
Adrián, amigo, ¿dónde queda nuestra perspicacia ante la suya?
Me quito el sombrero que ahora no llevo.
Y sí, Amando, los grandes soltarios tienen, cuando maestos obvio, esa introspección y comprensión de las cosas que nosotros, los mas mundanos, carecemos.Pero allí están ellos para recordarnos que la vida no es esa planimetría amorfa con la que pretenden atontarnos los reduccionistas mediáticos. Por eso para no comprar el boleto de la estupidización hay que leer a estos sabios quienes con una pincelada poética nos devuelven al lado más veráz de las cosas.
AH, INTELIGENCIA DAME EL NOMBRE EXACTO DE LAS COSAS
gesto forte: despojar-se
ante os fragmentos e estilhaços
da realidade
não é um mero encolher de ombros
como o próprio poeta disse
é
um riso desatento
na cara da razão
evoé!
Entiendo tu necesidad, segoviano,pero tendríamos mas certezas si las perdiéramos todas, allí lo dicho por el poeta.
como dijo uestro hermano brasileiro, gesto fuerte aprender a vivir sin los arneses de la razón.
Cierto Fernando, hay que despojarse del inamovible nombre de las cosas.... y...¡También de las cosas!
Falou, cara, obrigado por a sua visitaçao, estou chegando a teu cisco zappa blog, hoje mais tarde.
Abraço
Amando, abrazo para tí también, joder que lo pongo en español pues a cada quien su sayo!
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