Tantas veces nos llevamos por delante los objetos, los tiempos, las relaciones, las personas, que empiezo a entender a estos tropezones como encuentros paradojales (o choques con la realidad diría un psicólogo) gracias a los cuales, aunque machucados y absortos, crecemos más de prisa.
Mal que nos pese la forma, nos ubicamos, en tiempo y lugar, con más armonía en ese circunstancial cruce de la existencia.
Es que sin darnos cuenta ¡Zascatrascaplúm! se enganchó la punta del pié en la exageración puntiaguda de una baldosa y nosotros, por no tener alitas, aterrizamos con el comedor en pleno, el bucodental, claro.
Y así es como reflexionamos que no hay que ir tan de prisa o en tal caso ir rápido sí, pero con todos los ojos puestos en la acera.
Lo que no impide que, como es muy dificil andar haciéndole fintas al destino, nos demos un buen mamporro en la capochota con la rama baja del árbol que, ni el vecino ni la municipalidad se encargaron de prolijar.
Lo mismo ocurre con las relaciones humanas. Cuando uno menos se lo espera pues se armó la baldosa se San Quintín, el día D con la rama y terminan siendo un poroto comparado con la tronada y los disgustos entre los congéneres.
Bueno, de epílogo algo me atrevería a afirmar: por muy paparulos que andemos, si en nuestro interior anida la buena leche, esos tropezones y hasta alguna que otra excepcional caída, siempre serán más superables, menos bochornosos y, quizás, menos culposos también.
Claro que uds me dirán después de mirar la pintura digital que acabamos de prologar ¿Y qué cuernos tiene que ver como ilustración una cara resoplando, medio difusa, con un pequeñito tan sintético mas los garabatos de preescolar y un escrito infantil donde se lee ¡Huy! Coño...
Pues eso mismo me pregunto yo. Y debo confesar que tampoco le he podido sacar a mi inconsciente porqué cuando terminé de pintarlo dije: - ¡Chau, esto es un verdadero "trompezón"!
Es que hay tantas cosas que no entendemos y las dejamos pasar que una más no va a alterar la historia y en este caso, tiene la ventaja de darnos un tinte posmoderno si emitimos un ¡Ajáaaa! complementándolo con cara de haber comprendido el profundo sentido de la existencia humana....sobre la tierra, claro. El profundo sentido de la existencia humana allende los cielos es un capítulo que dejaremos para explicarlo en oportunidad de presentar la próxima abstracción.
Y, como corresponde, invitaremos a que lo haga a nuestro especialista en teología Sw. Anand Tameer.
Gracias a todos.
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