sábado, 13 de diciembre de 2008
RETRATO DE UN AGOSTO CUALQUIERA.
HEMISFERIO SUR
Sometido a la pegajosa manía de encontrar definiciones (desconozco el recodo de mi biografía donde se instaló a fuerza de insistencia) busco y rebusco la forma que me tenga.
Y por más que intento verla siento que se escapa o que no existe.
Acaso sea un envoltorio que trasmuta en la mente de los hombres
que no entienden de cerrar, de un final.
O será porque, como algunos deseamos, nadie debería cristalizarse y, menos aún, morirse en vida.
Resulta más aireado y hasta real, aunque fatal para la estoica resistencia, reconocer la despedida a cada instante.
Pero no entre nosotros, descreíbles comediantes, sino de nosotros con nosotros.
De nosotros con la propia mismidad.
Precisamente con ésa, la íntima, minúscula, lúcida y lo más cotidiana posible.
Es que, una vez entrados en el tiempo, resulta inútil el recalco en la celdilla, la mera identidad de algún reflejo, la bruta afirmación o el puro regodeo en la obviedad pasada.
Y...
Si es cierto que fluimos, deberíamos saber que es imposible domesticar la duna.
Porque no hay contorno que la tome, ni momento para arriarla, ni tampoco hay duna.
Solo hay aire, espacio, arena, mar.
Tampoco riendas, ni repliegues en los cielos liberados a puro golpe de viento, de agua de mar.
Es lo mismo que nombrar conciencia.
Es el viento que se cuela entre las púas- alambradas- donde, igual que al muro, se encadena a la decencia.
¿Propiedades?
Juegos del poder, mentiras de la mente.
Redundancias de un perfil contra el borde de este invierno muy prestado.
Anestesiado.
Me da igual, hoy festejo.
Bienvenidos a la fiesta de intrusos que me habitan.
Así es como, para todos, el recorte es demasiado.
Resuelvo, claramente, al concensuar que no hay temores.
Si señor, se acerca un cambio más:
La tibieza del septiembre entrante, la nueva floración.
Los capullos y las yemas desbordantes.
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