A MODO DE UNA OCCIDENTALIZADA ORIENTACIÓN

Mixturando, eclécticamente, algunos preceptos extraídos de la Biblia y del calefón con 3 partes de Macedoniana porfía, un toque justo de inmersión Jungiana y 4 gotas de Xulsolariana elevación mas el sumo de todo un Lao Tsé en pleno. En epifánica unción, alzamos las copas con el genial brevaje e invitamos a
Tristán Tzara y Alfred Jarry para que nos acompañen a presentarnos con la misma interjección con que comenzara su parlamento el Père Ubú, a la sazón Roi, es decir:










BIENVENIDOS A LA NAVEGACIÓN







Alertamos a los atildados sobre la utilización de metáforas azarosas. Toda libre asociación es demostración de que existe el inconsciente; sobre él desligamos responsabilidades.







Invitamos a descabalgarnos del constante absoluto, las certezas irreversibles, la presunción de objetividad, las posturas a ultranza y los dogmatismos.







Sugerimos tratar de tolerar lo mejor posible el vacío existencial, el tembladeral de la duda, la desubicación de la contradicción, la subjetividad y la vulnerabilidad humanas, a sabiendas de que, aunque denunciemos con cierta queja, lo hacemos enmarcados por el amor y con un fuerte deseo libertario porque:











."...Tú y yo no somos dos mitades de una inútil batalla,/ ni siquiera dos caras acuñadas por la misma derrota,/sino tal vez una pequeña parte de algún huésped sin número y sin rostro, que aguarda en el umbral."







Olga Orozco







Corre sobre los muelles - Museo Salvaje - 1974 -











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martes, 18 de mayo de 2010

LA TRANSPARENCIA DEL MAL

Jean Baudrillard


*Texto extraído del libro “La transparencia del mal” (Ensayo sobre los fenómenos extremos), Págs. 20/25; editorial Anagrama, Barcelona, España, febrero 1991.

Vemos proliferar el Arte por todas partes, y más rápidamente aún el discurso sobre el Arte. Pero en lo que sería su genio propio, su aventura, su poder de ilusión, su capacidad de denegación de lo real y de oponer a lo real otro escenario en el que las cosas obedecieran a una regla de juego superior; una figura trascendente en la que los seres, a imagen de las líneas y colores en una tela, pudieran perder su sentido, superar su propio final y, en un impulso de seducción, alcanzar su forma ideal, aunque fuera la de su propia destrucción, en esos sentidos, digo, el Arte ha desaparecido. Ha desaparecido como pacto simbólico por el cual se diferencia de la pura y simple producción de valores estéticos que conocemos bajo el nombre de cultura: proliferación hacia el infinito de los signos, reciclaje de formas pasadas y actuales. Ya no existe regla fundamental, criterio de juicio ni de placer.

Hoy, en el campo estético, ya no existe un Dios que reconozca a los suyos. 0, según otra metáfora, ya no existe un patrón-oro del juicio y el placer estéticos. Le ocurre lo mismo que a las divisas: actualmente ya no pueden intercambiarse y cada una de ellas flota por sí misma, sin conversión posible en valor o en riqueza reales.

El arte se halla en la misma situación: en la fase de una circulación super rápida y de un intercambio imposible. Las «obras» ya no se intercambian, ni entre sí ni en valor referencial. Ya no tienen la complicidad secreta que constituye la fuerza de una cultura. Ya no las leemos, sólo las decodificamos de acuerdo con unos criterios cada vez más contradictorios.

En el arte nada se contradice. La Neo-Geometría, el Nuevo Expresionismo, la Nueva Abstracción, la Nueva Figuración, todo coexiste maravillosamente en una indiferencia total. Como todas esas tendencias carecen de genio propio, pueden coexistir en un mismo espacio cultural. Como suscitan en nosotros una indiferencia profunda, podemos aceptarlas simultáneamente.

El mundo artístico ofrece un aspecto extraño. Es como si hubiera una estasis del arte y de la inspiración. Es como si lo que se había desarrollado magníficamente durante varios siglos se hubiera inmovilizado súbitamente, petrificado por su propia imagen y su propia riqueza. Detrás de todo el movimiento convulsivo del arte contemporáneo existe una especie de inercia, algo que ya no consigue superarse y que gira sobre sí en una recurrencia cada vez más rápida. Estasis de la forma viva del arte y, al mismo tiempo, proliferación, inflación tumultuosa, variaciones múltiples sobre todas las formas anteriores (la vida motor de lo que ha muerto). Todo ello es lógico: allí donde hay estasis, hay metástasis. Allí donde deja de ordenarse una forma viviente, allí donde deja de funcionar una regla de juego genético (en el cáncer), las células comienzan a proliferar en el desorden. En el fondo, dentro del desorden actual del arte podría leerse una ruptura del código secreto de la estética, de igual manera que en determinados desórdenes biológicos puede leerse una ruptura del código genético.

A través de la liberación de las formas, las líneas, los colores y las concepciones estéticas, a través de la mezcla de todas las culturas y de todos los estilos, nuestra sociedad ha producido una estetización general, una promoción de todas las formas de cultura sin olvidar las formas de anticultura, una asunción de todos los modelos de representación y de antirrepresentación. Si en el fondo el arte sólo era una utopía, es decir, algo que escapa a cualquier realización, hoy esta utopía se ha realizado plenamente: a través de los media, la informática, el vídeo, todo el mundo se ha vuelto potencialmente creativo. Incluso el antiarte, la más radical de las utopías artísticas, se ha visto realizado a partir del momento en que Duchamp instaló su portabotellas y de que Andy Warhol deseó convertirse en una máquina. Toda la maquinaria industrial del mundo se ha visto estetizada, toda la insignificancia del mundo se ha visto transfigurada por la estética.

Se dice que la gran tarea de Occidente ha sido la mercatilización del mundo, haberlo entregado todo al destino de la mercancía. Convendría decir más bien que ha sido la estetización del mundo, su puesta en escena cosmopolita, su puesta en imágenes, su organización semiológica. Lo que estamos presenciando más allá del materialismo mercantil es una semiurgia de todas las cosas a través de la publicidad, los media, las imágenes. Hasta lo más marginal y lo más banal, incluso lo más obsceno, se estetiza, se culturaliza, se museifica. Todo se dice, todo se expresa, todo adquiere fuerza o manera de signo. El sistema funciona menos gracias a la plusvalía de la mercancía que a la plusvalía estética del signo.

Con el minimal art, el arte conceptual, el arte efímero, el antiarte, se habla de desmaterialización del arte, de toda una estética de la transparencia, de la desaparición y de la desencarnación, pero en realidad es la estética la que se ha materializado en todas partes bajo forma operacional. A ello se debe, además, que el arte se haya visto forzado a hacerse minimal, a interpretar su propia desaparición. Lleva un siglo haciéndolo, obedeciendo todas las reglas del juego. Intenta, como todas las formas que desaparecen, reduplicarse en la simulación, pero no tardará en borrarse totalmente, abandonando el campo al inmenso museo artificial y a la publicidad desencadenada.

Vértigo ecléctico de las formas, vértigo ecléctico de los placeres: ésta era ya la figura del barroco. Pero, en el barroco, el vértigo del artificio también es un vértigo carnal. Al igual que los barrocos, somos creadores desenfrenados de imágenes, pero en secreto somos iconoclastas. No aquellos que destruyen las imágenes sino aquellos que fabrican una profusión de imágenes donde no hay nada que ver. La mayoría de las imágenes contemporáneas, video, pintura, artes plásticas, audiovisual, imágenes de síntesis, son literalmente imágenes en las que no hay nada que ver, imágenes sin huella, sin sombra, sin consecuencias. Lo máximo que se presiente es que detrás de cada una de ellas ha desaparecido algo. Y sólo son eso: la huella de algo que ha desaparecido. Lo que nos fascina en un cuadro monocromo es la maravillosa ausencia de cualquier forma. Es la desaparición -bajo forma de arte todavía- de cualquier sintaxis estética, de la misma manera que en el transexual nos fascina la desaparición -bajo forma de espectáculo todavía- de la diferencia sexual. Las imágenes no ocultan nada, no revelan nada, en cierto modo tienen una intensidad negativa. La única e inmensa ventaja de una lata Campbell de Andy Warhol es que ya no obliga a plantearse la cuestión de lo bello y de lo feo, de lo real o de lo irreal, de la trascendencia o de la inmanencia, exactamente igual como los íconos bizantinos permitían dejar de plantearse la cuestión de la existencia de Dios -sin dejar de creer en él, sin embargo.

Ahí está el milagro. Nuestras imágenes son como los íconos: nos permiten seguir creyendo en el arte eludiendo la cuestión de su existencia. Así pues, tal vez haya que considerar todo nuestro arte contemporáneo como un conjunto ritual para uso ritual, sin más consideración que su función antropológica, y sin referencia a ningún juicio estético. Habríamos regresado de ese modo a la fase cultural de las sociedades primitivas (el mismo fetichismo especulativo del mercado artístico forma parte del ritual de transparencia del arte).

Nos movemos en lo ultra- o en lo infraestético. Inútil buscarle a nuestro arte una coherencia o un destino estético. Es como buscar el azul del cielo por el lado de los infrarrojos o los ultravioletas.

Así pues, en este punto, no encontrándonos ya en lo bello ni en lo feo, sino en la imposibilidad de juzgarlos, estamos condenados a la indiferencia. Pero más allá de la indiferencia, y sustituyendo al placer estético, emerge otra fascinación. Una vez liberados lo bello y lo feo de sus respectivas obligaciones, en cierto modo se multiplican: se convierten en lo más bello que lo bello o en lo más feo que lo feo. Así, la pintura actual no cultiva exactamente la fealdad (que sigue siendo un valor estético), sino lo más feo que lo feo (el bad, el worse, el kitsch), una fealdad a la segunda potencia en tanto que liberada de su relación con su contrario. Desprendidos del «verdadero» Mondrian, somos libres de pintar «más Mondrian que Mondrian». Liberados de los auténticos naif, podemos pintar “más naif que los naif”, etc. Liberados de lo real, podemos pintar más real que lo real: hiperreal. Precisamente todo comenzó con el hiperrealismo y el pop Art, con el ensalzamiento de la vida cotidiana a la potencia irónica del realismo fotográfico. Hoy, esta escalada engloba indeferenciadamente todas las formas de arte y todos los estilos, que entran en el campo transestético de la simulación.

En el propio mercado del arte existe un paralelo a esta escalada. También allí, al haber terminado con cualquier ley mercantil del valor, todo se vuelve «más caro que caro», caro a la potencia dos: los precios se vuelven desorbitados, la inflación delirante. De la misma manera que cuando desaparece la regla del juego estético éste comienza a corretear en todas direcciones, también cuando se pierde toda referencia a la ley de cambio, el mercado bascula en una especulación desenfrenada.

Idéntico desbocamiento, idéntica locura, idéntico exceso. La llamarada publicitaria del arte está en relación directa con la imposibilidad de cualquier evaluación estética. El valor brilla en la ausencia del juicio de valor. Es el éxtasis del valor.

Por tanto, actualmente existen dos mercados del arte. Uno de ellos sigue regulándose a partir de una jerarquía de valores, aunque éstos sean ya especulativos. El otro está hecho a imagen de los capitales flotantes e incontrolables del mercado financiero; es una especulación pura, una movilidad total que, diríase, no tiene otra justificación que la de desafiar precisamente la ley del valor. Este mercado del arte tiene mucho de poker o de potlatch, de space-opera en el hiperespacio del valor. ¿Debemos escandalizarnos? No tiene nada de inmoral. De la misma manera que el arte actual está más allá de lo bello y de lo feo, también el mercado está más allá del bien y del mal.

7 comentarios:

Amando Carabias dijo...

¿Entonces no hay escapatoria?
Que bajen el mundo que me apeo, y lo digo en serio, coño.
Si todo al final es mercado, si todo depende de cómo se manejen los capitales, hasta en el arte, chau.

Gaspard P.-A. dijo...

Estimado Adrián,
De vez en cuando echo un vistazo a tu zona irredenta, pero no tengo por costumbre dejar un comentario publicado. Pero como veo que Baudrillard nos une (en el sentido de que me parece que fue un observador genial y llamativo de las tendencias sociales y culturales de la segunda mitad de siglo XX), te recomiendo 'La sociedad del consumo', aunque es posible que la hayas leído. En ella repara en la figura de los gadgets, lo que lo hace, a mí me lo parece así, al menos, un precursos de gente como Sennett, Verdú o Bauman. No estoy de acuerdo con mucho de lo que dice, por ejemplo, con el limpiaparabrisas. Baudrillard ha envejecido en algunas cosas mejor que en otras. De analista a prospector falló.

Hablando de mercado (ahora hay mercado, ayer había mecenazgo, lo que significa más oferta y más demanda), parabrisas e invención: http://www.youtube.com/watch?v=kP4PNII71Is

Un abrazo,
Gaspard

francisco gomez dijo...

Adrián es oír ó leer “mercado” y me tiemblan los pulsos, que palabra más terrible en estos momentos.
Saludos Paco

Adrian Dorado dijo...

Bueno, mi querido Amando digamos que así es. Todo se presenta como mercancía y el mercado, mal que nos pese a nuestro Paco a tí y a mí, es el que determina las leyes, aún dentro del terreno del arte. Allí ha habido el vaciamiento del que nos habla Baudillard. Por lo menos del arte que se muestra y que circula en los museos, en las galerías y las bienales...en fin... hasta en los -"tan sospechosos"- remates.
En esos lares pura especulación, de amor nada.
Luego habría, y en eso coincido con el pensamiento de Richard Sennett ( autor que nos menciona Gaspard ), una retaguardia que se ha preservado de la fabricación de las mercancías que exige el mercado, conservando el placer del trabajo, el goce de la realización valorizando la fruición que emana de la construcción de objetos que exceden (¡y con creces!) el mero producto de cambio que exige una concepción ocluída en la fabricación que, como sabemos, su único objetivo final es la producción y cuando a mayor escala, resulta con multiplicación de beneficio.
Es que el trabajo se ha mecanizado al punto de perder el valor de la entrega y el compromiso personal, revelatorio, agregaría yo, que tenían, antiguamente, los oficios y las artesanías.Pleno sentido de la vida.
Lo actual:Dictadura del mercado y robótica humana.

He colocado, intencionalmente, la fecha de edición de "LA TRANSPARENCIA DEL MAL" pues creo que tiene una vigencia superlativa dado que, constato que lo planteado allí por su autor se ha intensificado en casi todos sus aspectos (a mi juicio negativos)y no es cierto o, mejor dicho se debería de leer irónicamente cuando Baudrillard finaliza diciendo que tanto el arte como el mercado no tienen nada de inmoral, pues leo en otro de sus libros -De la seducción-Cap.La estrategia irónica del seductor- "La ética es la simplicidad (la del deseo también) es la naturalidad de la que forma parte la gracia ingenua de la joven, y su arrebato espontáneo, La estética es el juego de los signos, es el artificio- es la seducción-. Toda ética debe resolverse en una estética."

Gaspard es un placer tenerte por aquí como visitante. Aunque algunas veces disintamos, sabes que califico con mucho nivel tu mirada de los hechos.Bienvenido.

Coincido como observador, analista y crítico de la realidad, Baudillard un genio. Ahora la prospección no me interesa tanto tanto pues suele pecar de futurología. Por otro lado y coo dice el tango: "veinte años no es nada".

Abrazos a todos.

claudio caldini dijo...

Saludos Adrián,
Leímos a Baudrillard, "América", "El otro por si mismo" a Virilio "La máquina de visión", "El arte del motor" y compartimos la ira de ambos. Pero además de "el agotamiento de las cosas por su propia proliferación" y del vaciamiento de signos y la indiferencia recíproca general, quiero creer que también hay un reencantamiento sucediendo en algún lado, o en todas partes, que es a la vez mas enigmático y secreto y fragil que los mitos permanentes. te mando un abrazo!

Adrian Dorado dijo...

Querido Claudio de no existir enigma, secreto, pliegue o misterio a develar, la vida carecería de sentido. Ambos hemos transitado lo suficiente para saber que una vez que una dirección llega al paroxismo se transforma en otra en dirección opuesta. O para decirlo en térinos más zen que el vacío se llena y el pleno comienza a ahuecarse.
La fragilidad me parece una condición que viene adherida a la sutileza y a esos estadios se llega con un profundo desapego.La veladura de una transparencia.
No es acaso en esa paradojal dimensión, se me ocurre, donde encontramos algunos flashes del misterio de las cosas? ... en el amor el incandescente enigma de la vida.
¡Otro fuerte abrazo para vos y es un placer tu visita!

Mónica Angelino dijo...

CON VOS APRENDO, VIEJO, APRENDO.

bESOSSSSSSSS