La hirsuta Pandolaria soflató, de una, un navajazo romo en la almorrana.
¿Dónde pondré el ungüento? Auscultó a la audiencia la corajuda luponaria, quién, ausentándose algo traumada, aligeró a Alicia Alpedín aventurándose entre truculentas tramas y rápidos escabrosos como las croquetas aspiradas por los presentes jotifaifas quienes, apropiándose del alérgico chichipío, se clavaban unos ansiolíticos aunque jamás llegaran, con semejantes prodecimientos, al centro mismo del desencanto. Siempre periferearon como buenos extranjeros.
Y menos Mastrángelo que alcanzable, al fin, masticaba el plumaje orondo de su más tierno aprendizaje cuando allá en aquellos años más bien esmeraldas de su vida, zafó, de puta casualidad, del sátiro José ayudante en el especial bordado de la hirsuta en el culo, Aunque, y a decir verdad, runfiaba a lo pavote mientras entupiaba el periscopio proparoxitonándose hasta el mismísimo carajo.Todo esto emitido en un tartajeo bien gritado para que no entendieran el contenido literal sus vecinos, más dieran cuenta de sus reclamos.
Ya lo habían alcahuetado a la yuta en otras oportunidades cuando escucharon las verdades que, a voz en cuello, exponía a los cuatro vientos con la ventana abierta de par en trío, para evitar las redundancias y el atractivo de salir volapirando, orondo, con destino incierto.
Nunca lo hallaron en dueto ni solari, sino más bien partusiento y poligámico aunque entrándole, convicto, y sin hacer diferencia alguna hasta las profundidades de su propia alma.
Total. Como se sentía un intelectual, la cuestión era un sacudón astringente que lo colocara más allá de las fronteras del bien y del mal. Aunque siempre, y por costumbre, excediéndose más del bien que del mal, a sabiendas con profunda convicción, que este último vendría por añadidura.
Podría haberle dado al alcohol o a alguna droga bien pesutti pero se inhibió de ello por sus hecatombes biliares y respiratorias algorritmias. Así que prefirió las anestesias del bocho en estado careta pero en multiplicación hasta el carajo, utilizando el método de lo que algunos deconstructivistas llaman: los viajes fractales.
A lo largo de interminables vericuetos urbanos y subalterados encontró un pardo medio petizón y arrogante, bastante semejante, con quien compartir sus investigaciones sobre el ácido empírico y la morfología de la intuición (materias que no confesaba adeudarlas desde el secundario aunque, para paliar las culpas, se jactaba de su posesión. Motivo por el cual jamás obtuvo el título para ejercer la esquizomancia, otra de sus vanidades)
Digamos que los neogomías enyuntados en recién rejunte, rudo y parco uno y soliviantón el otro se dispusieron con la extraña cadencia que produce apretar, sucesivas veces el botón del depósito del inodoro, mal llamado cadena. Procedimiento por el que obtenían, en sesiones de hora y media, más o menos, la base precisa para el ritmo necesario, no sólo de sus especulaciones mentales, sino también de sus espasmos corporales que parecían auténticos recitales de danza contemporánea. Actividad que no desecharon en ningún momento de praticar, coligiendo lo necesario que resultaba tener opciones alfa, beta y gamma según fueran ocurriendo los acontecimientos.
Se vistieron, uno como aristócrata de luto y otro como de Pluto. Visto lo cual pensaron en convocar a un Mickey pero prefirieron dejar atrás gualdísnicas influencias.
Alivianados de tanta remembranza y en procura de realizar un híbrido performático, el primero se munió de municiones, como corresponde a la rima, con bolones de vidrio de unos 5 cm. de diámetro a los que reventó contra una pared en procura de hacer en ellos unos bordes bien filosos y el otro cazó, sin menosprecio alguno, un serrucho oxidado que si bien no descuartiza del todo, como no era la intención original matar por infecciones, decidieron que la voluntaria que se ofreciera al experimento de sagacidad nemotécnia “Mens sana incorpore sano” debía garantizar que tenía las dosis completas de la antitetánica salvadora yirando en su organismo.
Al fin y al cabo eran unos científicos del psiquismo suprahumano y no unos asesinos como podrían bien preciarse los tantos cirujanos de cualquier hospital público de la bonita ciudad de Tijuana.
Salieron, entonces, y de noche, como aconseja cualquier cuento que desee hundirse en el tenebroso inconsciente lector, y ante la primera aparición de…
Continuará
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