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Asociado a la infancia, la realidad del juego, sin embargo, parece abismarse en profundidades que tocan la misma esencia humana. “Homo ludens”, según Johan Huizinga, esta existencia abierta que es el hombre, requiere del juego para satisfacer su necesidad simbólica y celebratoria. El juego juega en nosotros un sentido que a veces no comprendemos, abre perspectivas en una vida no diseñada del todo y que ofrece –o puede ofrecer- sorpresas. Place observar el entusiasmo que genera su exposición, el riesgo, esa especie de vértigo que tensa las pasiones y desafía la inteligencia. El juego se vuelve símbolo, ofrece la célebre tablilla que reclama la participación y el encuentro.
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El encuentro revela la promesa de una significación valiosa que el hombre espera como un salir de la indigencia hacia lo más pleno. El “jugar-con” del juego manifiesta la necesidad de abrirse el hombre desde su precariedad ontológica, esa precariedad que busca enriquecerse con la palabra, la actitud, la destreza, en fin, la respuesta del otro. La vida es un juego que se comparte, un juego con reglas y advertencias, ajustes y correcciones, un juego cuya finalidad ofrece múltiples y variadas interpretaciones. También pensar, crear, amar -formas básicas del existir-, revelan su aspecto lúdico por el encuentro, el ensayo, el tiro marrado o el toque magistral de la conquista o la victoria. Juega el científico y el historiador, el artista y el amante, juega el liturgo y el político, juegan jugando una carta propia en el gran parque del mundo. No supone irresponsabilidad sino una manera amable de la seriedad, porque el juego fecunda la acción, sea cual fuere, y le proporciona el deleite de un sendero abierto. Esa tonalidad afectiva del juego encierra una clave en la interpretación general del ser y su misterio, ofreciéndose como camino a cada existente.
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El misterio puede ser amablemente interrogado en el acto de jugar y donar sentido. El poeta, el filósofo, el místico suelen ser, en la lúdica escena del mundo, los pasajeros del misterio. En la custodia de la infancia ganaron el don especial del juego y la videncia. Nuestra época técnica no juega –o juega mal- porque no resigna el imponer las reglas y el definir la meta. El horizonte del hombre tocado por el lucro de la técnica hace del juego un acto espurio, mera diversión que oculta la pasividad de un público ni siquiera satisfecho. Tal se refleja en los medios y su nivelación masificante, en el niño quieto frente a la pantalla de la computadora o la ya clásica figura de la familia muda ante el televisor. Lo deportivo se carga de violencia, lo novelesco de insensatez, lo informativo de manipulación, el entretenimiento de codicia, y todo bajo la férula de la medición estadística. No, nadie parece jugar realmente ahí porque la esencia del juego se acredita en su gratuidad. Los juegos antiguos, sus juguetes, la fantasía del niño, el cuento familiar, traen al hombre del nihilismo la esperanza de un espíritu posible que tal vez halle – no sin fatiga- nuevas fórmulas para expresarse. El juego puede iluminar la soledad del trabajador, reunir en el encuentro, traer el beneficio de un tiempo sin horas, despejar la aridez de la rutina, liberar del presente ensordecedor y abrir la dimensión celebratoria de la vida. Hay en todo juego –así parece- un secreto, un llamado, una realidad que promete salvación. Desde los juegos olímpicos hasta los cartones de un simple juego de mesa, el verdadero jugar constituye una invitación a la libertad o mejor, el recuerdo de nuestro común origen y destino. Que las obras expuestas, entonces, sean para el visitante ese llamado cuya respuesta pueda deparar un pensamiento nuevo para cada uno y para todos, bajo el signo cordial y festivo del juego auténtico. No es otro el propósito de este museo, de estas obras, de estos artistas.
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Texto del catálogo de la exposición realizada en el Museo Saavedra. Año 2005.
El retablillo y los títeres fueron diseñados y realizados por Adrián Dorado
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6 comentarios:
MAGISTRAL.
Un abrazo artista.
Homo ludens. Homo ludens. Homo ludens. Es que me lo quiero aprender. Homo ludens, homo ludens, homo ludens
Mándalo a todas las embajadas, a todos los consulados, a todos lo ministerios, a todas parates. Homo ludens, homo ludens... No hay cosa más seria que jugar. Homo ludens homo ludens
a nini devia devia ver isso. e o resto do mundo.
eu vejo. que alto grau de abstração meu desejo é capaz...
beijo :)
Adrian, un pensamiento nuevo para cada artista!
me ha gustado mucho tu escrito, es muy profundo, me cautivaron tus palabras...
'El misterio puede ser amablemente interrogado en el acto de jugar y donar sentido. El poeta, el filósofo, el místico suelen ser, en la lúdica escena del mundo, los pasajeros del misterio. En la custodia de la infancia ganaron el don especial del juego y la videncia.'
te felicito, me encantó como lo expresaste.
muchos besos
BRAVOOOOOOO, Dorado, bravo! Adoré a Dolores, es muyyyyy pruna!
El texto, impecable. De eso se trata, sí, sí, sí.
Feliz de leerte y feliz de ver el retablo.
Abrazo-te!
Fantástico Adrián. Qué títeres tan estupendos. Homo ludens, como dice Amando. Acaso no jugamos siempre, con las palabras, con los gestos, las intenciones? El niño que no ha jugado de pequeño, se resiente de mayor.
Juguemos pues, hasta el cansancio. Te envío un beso con un bravo para tu parte del mundo.
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